14.4.12

Yasunari Kawabata

Yasunari Kawabata
o el alma en la palma de la mano
Por Luz Helena Cordero Villamizar*

Alma: ¿de qué sirve esta palabra, sino para calificar la energía
que circula en toda la creación?
Yasunari Kawabata
La sensación es la única realidad
Fernando Pessoa

“En primavera florecen los cerezos; en verano el pájaro cuclillo”. Y si dudamos de que en otoño y en invierno algo pueda florecer, el poeta lo aclara enseguida: “En otoño, la luna; en invierno, la nieve, clara, fría”. Versos escritos en el año mil doscientos en caligrafía japonesa por el monje Dogen. Yasunari Kawabata los escogió como preámbulo de su alocución al recibir el premio Nobel de Literatura en 1968. Sorprende que en su discurso, en lugar del acostumbrado paseo retórico que hacen los ganadores por su biografía para ensalzar el ego, evoque poemas de hace ochocientos años por considerarlos una muestra de extraordinaria ternura y delicadeza, palabras con las que también podría definirse la cultura nipona. Decir que la nieve es blanca y fría es una obviedad en nuestra literatura, pero en la poesía japonesa aludir a lo que entra por los sentidos parece ser la condición para acceder a la cima del conocimiento y a la mística de las sensaciones. Tal como lo dice Kawabata en su intervención, sería como equiparar la nada de Occidente, vacía y sorda, con la nada de la disciplina Zen, plena de significados y de vínculos con el universo. “¿No sientes el viento dentro de ti? ¿No sientes la nieve? ¿No sientes frío?” Pregunta el poeta representante de “la esencia exacta de Japón”. Es esa esencia espiritual, si cabe el pleonasmo, la que quiere enaltecer y contar al mundo a través de su literatura. 
La obra de aquel a quien Yukio Mishima describió como “un hombre capaz de entrar auténticamente en contacto con la tristeza del cuerpo, con la belleza del cuerpo, es decir, con la carne de la divinidad que lo habita”, se construye con la delicadeza y la sencillez propias de esa herencia cultural que engrandece con su talento. Su escritura es el arte de descubrir y hacer brillar la belleza oculta en las situaciones, en los objetos; de traer a la conciencia el ánima que tienen todas las cosas y que toma su fuerza o su significado a través de los sentidos, a través de la emoción, del sentimiento que acompaña todos los actos humanos, por mecánicos o simples que aparenten ser.  Un paraguas no es solo un objeto diseñado para protegerse de la lluvia. Un paraguas dentro de un relato de Kawabata es “el sentimiento mismo de esposa”, ya que está investido de un poder expresivo que quizá resulta cifrado para nosotros. Esa dimensión estética suele estar permeada por el dolor, la tristeza, la soledad y la muerte,  que tienen un significado distinto en su cultura.
La suya es una narración en la que seres humanos, objetos, animales, paisajes y “todo lo que pertenece al dominio físico y espiritual” deviene en personaje literario y adquiere tal peso alegórico que resulta vano todo esfuerzo por jerarquizar o construir tipologías. Esta fuerza reveladora reside en las palabras sencillas, en el poder que tienen para elaborar estéticamente el mundo y fundar realidades que podríamos llamar psíquicas, subjetivas o interiores (corriendo el riesgo de que estos apelativos empobrezcan lo que se pretende destacar) y que son tan vívidas y ciertas como esas otras que se designan como objetivas o externas, y a las que se confiere el monopolio de la verdad.
Esta sustancia de su escritura se resume de manera contundente en uno de sus cuentos: cuando Kioko cuida a su esposo en su lecho de enfermo, la mujer le ofrece su espejo de mano para que él pueda ver a través de su reflejo el color del cielo, la imagen de la luna en el agua y todo cuanto sucede afuera. Pronto las imágenes se convierten en otra realidad más resplandeciente que la exterior: “Habían nacido dos universos y el que se creó en el espejo comenzó a fusionarse con el real. – El cielo brilla color de plata dentro del espejo – dijo Kioko. Después miró por la ventana y agregó: A pesar de que el cielo está gris y nublado”. Si la belleza o la felicidad también pueden nacer en la imagen de una imagen, el arte y la literatura tienen la clave de esta revelación.
La fuerza de la tradición y de los valores reside en todas sus obras. La ceremonia del té es descrita con tal cuidado y detalle que nos asombra conocer un ritual milenario de tales características, en el que los objetos tienen una carga simbólica asociada al tiempo de uso a través de generaciones. Una jarra y un cuenco que han pasado de mano en mano y de boca en boca por cuatrocientos años, hacen temblar a quien los utiliza por primera vez. Es grande el contraste con este mundo atorado de cosas inanes y desechables. En otra de sus obras maestras, Kawabata teje con el más sutil lenguaje (quizá con el espesor que tienen las palabras en los sueños) el erotismo, el amor, la vejez, la soledad, la muerte, lo bello, como si fuera fácil enlazar con armonía estos elementos en una habitación cerrada donde duerme una muchacha desnuda que, pase lo que pase, nunca habrá de despertar.
En sus cuentos mezcla situaciones aparentemente intrascendentes con hechos pertenecientes a lo real maravilloso. Penetra en las disyuntivas y conflictos del ser, dibuja el alma humana con tal pulcritud que logra condensar la brevedad, la hondura, la magia de lo cotidiano, en relatos que caben en la palma de la mano, para aludir al hermoso título que reúne historias escritas en distintas épocas de su vida. Justamente una mano contiene elementos que caracterizan la narrativa de Kawabata: lo sensible, lo que nos es propio y conocido, lo perfecto.
La poesía, no como artefacto formal o como intención estética, sino como alma, como mirada, como fuerza, es inmanente a toda su obra. Es el tipo de literatura que nos transforma el modo de mirar, de percibir, de leer, de escribir. La literatura que nos cambia la vida.
Por estos días se cumplen cuarenta años de la muerte de Yasunari Kawabata. Todo indica que el 16 de abril de 1972 trazó su partida con el cuidado y la precisión con que un calígrafo japonés utiliza su pincel de bambú. Sea esta fecha un pretexto para hacer que su obra traiga de nuevo el aroma de los cerezos, el vuelo de las grullas, el brillo de la nieve, el ritual del té, la placidez de hermosas  durmientes, los mundos que surgen en los espejos y  que pueden hacernos más bella la existencia.

*Poeta colombiana nacida en Bucaramanga. Libros publicados: Postal de la memoria (2010), Por arte de palabras (2009), Cielo ausente (2001), El puente está quebrado (1998), Canción para matar el miedo (1997), Óyeme con los ojos (1996). Incluida en varias antologías de poesía colombiana e hispanoamericana.

Fuente: Con-fabulación Nro.225 
_________________________

1 comentario:

Anónimo dijo...

Desde Japón, muy cerca de Zushi, donde se extinguió su aliento, mis respetos por tan hermosa reseña.
Entré buscando un paraguas y me llevé uno de esos momentos que nos recuerdan por qué leemos.
¡Saludos!